Una historia de amor… sin amor.

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oy te voy a contar la historia de una mujer, es una historia que quizás pensarás que la escribí inspirada en ti, o, como tal vez no nos conocemos, podrás creer que alguien me hablo de ti, o podrías suponer que te estoy espiando, pero no, es tan sólo una historia inventada por mi tenebrosa imaginación.

Cuenta la leyenda, que en un obscuro y pequeño departamento vivía una no tan hermosa princesa, o quizás sí era hermosa, pero ella no se veía así y está raro que fuera princesa viviendo en un departamento. En fin, quizás ni princesa ni tan fea, pero era una mujer que pasaba el tiempo estudiando y trabajando para poder vivir en ese departamento y no tener que ir a vivir con la reina, o sea su madre, quien la regañaba todo el tiempo queriendo gobernar no nada más el reino, sino también la vida de la princesa. Así que tuvo que escapar del palacio de la reina para poder “vivir su vida”. ¿El rey?, no hay rey en esta historia, desapareció misteriosamente en una noche de invierno cuando el reino estaba en pobreza. Así que la princesa pasaba la mayor parte de su vida, esa que tanto quería vivir y por lo cual huyó del palacio, estudiando algo que ni entendía ni le gustaba, pero le decían era una profesión prometedora que le permitiría “vivir su vida”, esa que tanto soñaba. Además de estudiar también trabajaba en dos lugares distintos para poder solventar sus gastos de escuela y pagar la renta de su obscuro cuartucho. Despertaba a las 4:00 a.m., o al menos ponía el despertador a esa hora, cuando lograba despertar a esa hora se bañaba y le daba tiempo de un cafecito, pero cuando se quedaba dormida, que era muy seguido, pues ni baño ni cafecito, se calmaba los gallos con agua y se trepaba a la bici para llegar a su primer trabajo. No es que fuera cochina, sólo no le daban las horas en el día para tanta cosa. 

Su trabajo de mañana era en un no muy glamuroso café en la zona turística de la ciudad, como la Roma o la Condesa, llegaba a las 6:00 a.m., para abrir, limpiar, disque desinfectar, atender a los clientes, preparar los cafés en una cafetera muy muy complicada y preparar los sándwiches gourmet que prometían en el menú, entre otras labores. Muy ocasionalmente contrataban a un ayudante que normalmente duraba de 2 a 3 días, rarísimo con las excelentes condiciones de trabajo y el salario justo que ofrecían, sin embargo nadie duraba más de una semana. Así que nuestra protagonista, a quien nombraremos Lola, se tenía que hacer cargo del negocio completamente hasta que llegara su relevo, que en teoría entraba a las 2:00 p.m., para que se cumplieran las 8 horas de trabajo, peeero su relevo era el dueño del negocio, quien se desvelaba con frecuencia y llegaba tarde casi siempre. Este inconveniente provocaba que Lola tuviera que correr para poder llegar a clase de 4:00 p.m., muchas veces sin probar alimento. Pero la consolaba saber que se podría echar una siestecita en clase, pues el maestro casi no veía. 

En su maravillosa escuela, donde no había mucha ventilación y corrían una gran variedad de olores humanos, pasaba las siguientes 4 horas a veces en clase, si el maestro no faltaba, o platicando en la cafetería con Hernán, el que pudo haber sido el príncipe de esta historia, pero Lola no pudo ver su potencial, sólo veía que en “ese” momento era un hombre tímido, sin mucho dinero, aunque siempre le invitaba un café y unos polvorones, pero para Lola era insípido y sin power. Quien le gustaba, era un chico de maestría que llegaba en moto a la escuela, cuando llegaba, porque faltaba mucho por estar “trabajando” con su padre, o al menos eso decía. Lola distinguía perfecto el sonido de su moto al llegar, pues el estacionamiento daba a una de las ventanas de su salón. Cada que escuchaba el rum rum de la moto se le hacía un hoyo en el estomago y fuera quien fuera que estuviera dando la clase perdía toda la atención de Lola. Esperaba que terminara la clase para salir corriendo y simular un encuentro casual con su amor platónico, que en esta historia se llama Emilio. Emilio estaba en esa escuela porque ya lo habían corrido de todas las “buenas escuelas” del reino, digamos que el estudio no era su fuerte, estudiaba maestría, pues su padre lo condicionó para poder seguir teniendo sus privilegios, como la moto y su mesada. El padre de Emilio era un hombre trabajador, no era un rey, pero había trabajado mucho para tener su negocio y soñaba con la idea de que su hijo se hiciera cargo de él y lo hiciera crecer aún más, y el pobre hombre creía que para ello su hijo tenía que estudiar una maestría y no pensó en que su contribución en la educación como padre también era importante para el logro de su sueño. Así que Emilio digamos que a veces iba a la escuela y lograba pasar los semestres usando su carismática personalidad. Lola lo babeaba, le creía todos los cuentos que él contaba que pasaban en sus sueños, sólo que nunca hacía esa aclaración, sólo los contaba y muchas princesas los creían, siempre rodeado de hermosas mujeres y hombres que querían ser sus amigos, y es que para Lola Emilio lo tenía todo, sobre todo power.  Y así soñaba Lola con su príncipe Emilio, que quizás algún día iría por ella en su corcel motorizado y la salvaría de todos los dragones que la acechaban. Otro de sus dragones era la jefa del segundo trabajo, una mujer enojada con todas, todos y todes, Lola salía de la escuela corriendo para ir a trabajar con esta mujer dragón a la cual ayudaba a traducir libros de texto del inglés al español. Era un trabajo que Lola podía hacer en su casa, pero la señora dragón la obligaba a ir tres veces por semana para revisar sus avances, tiempo que usaba para fumar y quejarse de su vida, además de criticar desde la vestimenta hasta el peinado de Lola, que ya para esa hora y sin bañar seguro estaba criticable. Normalmente salía de ahí a las 11 de la noche para llegar a su casa a comer una lata de atún, directo de la lata, hacer un poco de tarea y dormir. Y esa era la gran y glamurosa vida de la princesa Lola, cada día igual, esperando la llegada del fin de semana para poder dormir, bañarse y si, tenía suerte, salir con su anhelado príncipe Emilio. Como ya dijimos, Lola era hermosa, aunque ella no lo viera, pero Emilio sí lo notó y también notó a Hernán, que muy calladito siempre estaba a lado de Lola, así que Emilio no iba a permitir que un tetazo le quitara a una de sus fans e invitó a salir a Lola con bastante frecuencia, y una cosa llevó a la otra y la princesa logró su sueño anhelado, conseguir el “amor” del príncipe que la rescató de su horrible vida casándose con ella en una fiesta llena de manjares, bebidas y baile. Al fin había llegado el día esperado, con su vestido blanco y zapatillas de cristal, el día donde se cerraría el cuento de tristezas y trabajos rudos y aparecería “y fueron felices para siempre”.

Lo siento, pero este cuento no termina aquí, de hecho aún no termina, lo que sí terminó fue su historia de amor, ya que el príncipe resultó no tener power mas que para hacer ruido con la moto y con las palabras. Después de un año de la boda, cuando las toxinas en el cerebro enamorado se disiparon, Lola logró ver que en Emilio no había ningún príncipe, solo había un niño consentido, berrinchudo que no sabía ni estudiar ni trabajar ni tomar responsabilidad alguna, que le seguía gustando estar rodeado de mujeres que lo validaran, y entonces Lola entendió de dónde provenía el poder que veía en Emilio y no logró ver en Hernán. Ese poder se lo daba el reconocimiento de ella y de todas las mujeres que lo rodeaban, ese poder provenía de la fantasía que Lola había creado de Emilio, vistiéndolo de príncipe y otorgándole cualidades que sólo vivían en la mente de Lola. Ahora Lola estaba casada con un hombre que no conocía, no había ni palacio, ni corcel motorizado, ni príncipe. Entonces, Lola escapó de ese lugar y de esa vida de cuento, asumiendo que ahora ella tendría que escribir y construir su propia historia de amor. Se hizo cargo de que ya había dejado sus dos trabajos así que tuvo que buscar otro, sólo que esta vez buscó un lugar donde la tratarán con dignidad y valoraran su labor y su tiempo, tuvo que regresar a la escuela y volver al mismo obscuro departamento que, ahora mágicamente se había llenado de luz y no era tan chiquito. La verdad tenía suficiente espacio y, sobre todo, era su espacio donde podía ser ella sin los gritos y reclamos del supuesto príncipe. Lola terminó la escuela, pero hoy se dedica a otra cosa que le llena el corazón y que, aunque se levanta muy temprano, se baña y desayuna para dar lo mejor de sí misma. Hoy Lola sigue descubriendo e indagando donde está el “amor” que creía encontraría en el príncipe. Se ocupa de ella y vive sus momentos con lo que vienen, valora mucho lo que SÍ tiene, cuida que no abusen de ella, y ya volvió a ver a Hernán, quien está felizmente casado, pero se ha convertido en su gran amigo y cómplice. Hoy Lola cree que quizás los cuentos de amor entre princesas y príncipes que le contaron no sean tan reales o quizás no son para ella, y que el AMOR que tanto busca puede que no esté en un príncipe, sino que, si sigue conociéndose, aceptándose tal cual es y cuidándose, tal vez logre encontrarlo.

Así que, querida lectora si te has identificado de alguna manera en estas líneas, podrías preguntarte, ¿cuál es entonces el problema con el amor?  Quizás, y solo quizás, el problema esté en dónde lo buscamos.

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